Montañas sagradas

Leyendo las noticias del día dudo de las ventajas de pertenecer a la especie humana. Entre la ineptitud de aquellos que nos lideran, las desventuras de los que buscan una vida mejor lejos de su tierra, y la violencia que somos capaces de crear … Un poco de esperanza viene a endulzarme el café de la mañana.Enterrada en la dura roca, bajo las montañas del Cáucaso, se han encontrado los restos de una estructura construida por el hombre. Para investigar y no dañar dicha estructura, los arqueólogos deben recurrir para su estudio a una nueva técnica con muones”. Justifico mi ignorancia en física nuclear mientras pienso que el autor de la noticia tampoco debe saber que son los “muones” pero pienso que algo bueno deben hacer. Me sorprendo al leer que dicha estructura son los restos de un templo cristiano del siglo III.

Es de suponer que el templo antes mencionado se construyera de manera tan escondida dadas las circunstancias que se vivían por entonces, tiempos del Emperador Diocleciano que ve en la nueva religión la causa del declive del Imperio y acusa a sus seguidores de oponerse al poder de Roma intensificándose la persecución contra ellos.

Los grandes Titanes de roca bautizados ya por los escitas sirvieron de frontera natural para otros pueblos.  Algunos consideraron estos montes como el lugar donde el griego Zeus encadenó a Prometeo.  A lo largo de la historia  han sido habitadas por  escitas, partos, sasánidas, jázaros, hunos, ávaros, persas, otomanos, tártaros…

La zona de la que habla el artículo pasó a formar parte del imperio ruso durante el reinado del Gran Pedro, tras la guerra ruso -turca de 1710, aunque todavía se tendría que pagar con mucha sangre la soberanía definitiva.

La región donde se ha encontrado la Iglesia tan bien escondida por sus constructores se conoce con el nombre de Daguestán, palabra con raíces persas y túrquicas que significa “tierras de montañas”. El idioma ruso es la lengua vehicular de este territorio que apenas llega a los 3 millones de habitantes y que ocupa la décima parte de nuestra España.  En el moderno Daguestán conviven 14 lenguas habladas por las  diferentes etnias que allí conviven. Su capital, Derbent, es el lugar más “alejado del mundo donde habita el Ave Fénix” animal sagrado para los pueblos iranios.

Esta mezcla de idiomas, etnias y civilizaciones, es una característica común a todos los territorios del Cáucaso, bien como paso de movimientos migratorios, rutas comerciales o frontera de imperios.

A veces,  me pregunto si la famosa Torre de Babel no es realmente el Monte Elbrús (5.462 m.).  ¡Al fin y al cabo, el Ararat está cerca!.

La belleza de estas misteriosas tierras montañosas y su crisol cultural, han hechizado a gran parte de las figuras más relevantes de la cultura rusa. Las costumbres de sus enigmáticas gentes y sus cientos de manantiales han servido de fuentes de inspiración para escritores, músicos, pintores…

Tierras conquistadas en tiempos del Gran Pedro I.  La victoria sobre las tropas turcas fue todo un éxito de estrategia y valor de los cosacos originarios a  orillas del Dniéper.  Tras la derrota, el sultán Mehmed V escribió una carta a los peculiares soldados exigiendo su rendición. El Atamán cosaco decidió responder a la provocadora misiva. Ese momento es recogido por uno de los más grandes pintores rusos, I.Y. Repin. El contenido de esta carta no ha llegada a nuestros días, pero la tradición dice que la negativa a la propuesta estaba plagada de insultos y blasfemias con una gran dosis de humor, y sobre todo identificándose como hijos de la verdadera fe.

Naturaleza abrupta que rápidamente se convierte en escenarios idílicos donde algunos personajes literarios viven sus dramas y pasiones. El padre de la literatura rusa A.S. Pushkin viajó por ellas durante uno de sus destierros.  Naturaleza salvaje que describió en “El prisionero del Cáucaso”. Poema épico que posteriormente se convertiría en libreto de ópera, y ya en el siglo XX sirve de hilo conductor  para la comedia soviética “la prisionera del Cáucaso”, una crítica en clave de humor de viejas tradiciones como el secuestro de mujeres y los matrimonios forzados.

El escritor del romanticismo ruso M.I. Lérmontov, pasó en esas montañas gran parte de su infancia por motivos de salud y durante su edad adulta el exilio. Volvió a las que llamó «sus montañas sagradas» como oficial de Húsares donde vivió hasta su muerte.   Su obra está completamente impregnada del sabor de estos valles.

El gran   L. N. Tolstoi cumplirá con su obligación de noble ruso prestando servicio como oficial de artillería en Daguestán Este hecho impactará drásticamente en su vida y será una gran influencia en su literatura. Describirá  costumbres  y tradiciones en la novela “Hadji Murat”. Detalles de estas tierras pueden leerse  en muchas de sus obras.

Los exóticos ritmos de los fuertes tambores del Cáucaso cautivan a grandes compositores, influenciando en su obra, haciéndose notar en las bellas composiciones de Glinka, Rímski- Kórsakov, Músorgski o Borodin.

Debe ser que los rayos cósmicos quisieron colaborar en la formación de estas montañas dándoles el poder de caja de resonancia para absorber y repeler transformados los sonidos en todas direcciones. El pueblo lezguín, etnia mayoritaria en Daguestán, de religión islámica sunnita, cautiva con su música y sus bailes a las etnias vecinas. La lezguínka, un baile que cuenta con 2 versiones.  Una bailada en pareja donde los movimientos del hombre con sus brazos asemejan las alas de una fuerte y poderosa águila que se eleva sobre las montañas dominando los cielos frente a los movimientos suaves y elegantes de la bailarina  que dan vida a un bello y tranquilo cisne.   Este baile es descrito por Tolstoi en su novela “Guerra y Paz”, ejecutado por el matrimonio Rostov durante una fiesta en su hacienda.

Otra versión mucho más llamativa y conocida se baila solo por hombres. Su origen hay que buscarlo en antiguas guerras.  La lucha comenzaba con el sonido de los fuertes y rítmicos tambores para amedrentar el enemigo.  Los hombres, durante ese momento de concentración comenzaban a realizar movimientos a modo de entrenamiento, fortalecimiento y calentamiento de los músculos, al ritmo de los fuertes tambores. Siguiendo su eco, tanto el ritmo como la danza se han transmitido a través de los diferentes valles y montañas adaptándose al folklore tradicional de otras etnias. Cruzaron valles y montañas. Hoy en día existen tantas versiones de esta danza como etnias habitan el Cáucaso. Hay versiones que se baila con las manos libres, otras se bailan con espadas o cuchillos.

El sonido se propagó hasta llegar a la frontera del río Térek donde se asentaron las ortodoxas huestes cosacas. Al igual que el baile y su música, multitud de poemas escritos durante el siglo XIX, ambientados en estas tierras y sus duras guerras forman parte del acervo cultural del pueblo cosaco.

En estas montañas, ¿los muones tienen el mismo poder de propagación que el sonido de los tambores?

Publicado por birioska

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