Ya sé que hoy el titulo de este post es un poco largo, pero no quería cambiar ni siquiera una coma de estas palabras escritas hace más de 100 años por uno de los más importantes científicos rusos.
En la década de 1870 un joven ruso se trasladaba a Moscú para completar su formación en física, matemáticas, astronomía, química y mecánica. Conocimientos que le servían para en la soledad de su casa, dibujar planos de modernas naves que conectaban unos planetas con otros. . Desde los 9 años, sordo a consecuencia de una escarlatina, había sido apartado de las aulas. El aislamiento y la soledad habían llevado al muchacho al estudio en solitario y quería demostrar a todo el mundo que su sordera no le hacía diferente. En sus cuadernos llenos de bocetos y cálculos, soñaba con artilugios extraños que le transportaran a un mundo fuera del planeta.
Durante la misma década, en Francia, un imaginativo escritor publicaba libros que dibujaban el progreso de las naciones modernas. Hablaban de viajes en globo alrededor del mundo, de naves submarinas que surcaban océanos, o artilugios que llevaban a los protagonistas a mundos insólitos o a lejanos planetas. El único protagonista ruso de sus novelas fue un joven muchacho que debía demostrar su lealtad al Zar con la misión de entregar una carta en el otro extremo de Rusia. Su aventura le obligaba a cruzar a caballo el país. Durante el viaje, el autor presentaba un país lleno de costumbres arcaicas, transportes mediocres y poblaciones atrasadas.
La realidad, sin embargo, era muy diferente. En 1725, Pedro I fundaba la Academia de Ciencias de Rusia. En su afán reformador, el Zar pensaba que la prosperidad del país dependía del pensamiento científico, la educación y la cultura de las personas. A diferencia de las instituciones parecidas de otros países, los miembros de la Academia de Ciencias de Rusia cobraban un sueldo del Estado y los beneficios de sus trabajos repercutían directamente en la Nación. El objetivo principal de la Academia de Ciencias de Rusia es «llevar a cabo y desarrollar investigaciones básicas destinadas a obtener nuevos conocimientos sobre las leyes del desarrollo de la naturaleza, la sociedad, el hombre y contribuir al desarrollo tecnológico, económico, social y espiritual de Rusia». Así ha sido desde su creación hasta la actualidad.

Konstantín Eduárdovich Tsiolkovski
Konstantín Eduárdovich Tsiolkovski , ingreso en la Academia de Ciencias en 1919. El joven muchacho sordo, al acabar su formación en Moscú, se trasladó a la ciudad de Kaluga donde trabajó como maestro. Al igual que en su época de estudiante, soñaba con viajes interplanetarios. Sus viejos bocetos se convirtieron en teorías científicas. En la tranquila ciudad de Kaluga, K.E. Tsiolkovski demostró que su discapacidad no era un obstáculo para adquirir conocimientos ni tampoco le incapacitaba para ejercer la enseñanza. Publicó más de 500 trabajos . Sus diseños de ascensores espaciales, naves de propulsión, trajes espaciales, giroscopios… Convirtieron a la antigua ciudad defensiva del Principado de Moscovia en la puerta de conexión con otros mundos. Ensayos y teorías que sentaron las bases sobre las que 50 años después, trabajaron los primeros ingenieros aeroespaciales soviéticos. El ilustre vecino convirtió a la antigua ciudad fortaleza de Kaluga en la cuna de la cosmonaútica.

Desgraciadamente aquel adolescente obligado a vivir en un mundo de soledad y aislamiento no vivió lo suficiente para ver sus sueños de conquista de otros mundos hechos realidad.
El 4 de octubre de 1957, a las 19,12, la Unión Soviética lanzaba desde el cosmódromo de Baikónur el primer satélite de la historia de la humanidad. El Spútnik 1, construido por ingenieros soviéticos amparados por la Academia y partiendo de las teorías de N.E. Tsiolkovski inauguraba la era espacial.
El cohete, una esfera de aluminio con 4 largas antenas y una masa total de 83,6 kg. orbitó 1440 veces la tierra a una distancia máxima de 938 km. Empleó poco más de 96 minutos en cada vuelta. Hasta que agotó las baterías estuvo enviando por radio datos en forma de pitidos de las capas altas de la atmósfera y del espacio exterior.
El 4 de enero de 1958 se desintegró al caer y entrar en la atmósfera terrestre con una distancia acumulada de viaje de 70 millones de Km.
El escritor inglés Robert Dahl publicó en 1972 la segunda parte de su exitosa novela «Charlie y la fábrica de chocolate». Con la ayuda de un ascensor de cristal Charlie, Willy Wonka y su familia se desplazan desde la mágica fábrica hasta el espacio exterior. El autor describe en su obra otro de los proyectos de Tsiolkovski, el ascensor interplanetario. 100 años después de Julio Verne, Robert Dahl, soñaba de nuevo con viajes fuera de la tierra. ¿Será posible que en lugar de soñar algún científico ruso esté ahora dibujando planos de ascensores ?¿Algún día será posible viajar a la luna en ascensor?¿Podrá el hombre vivir en otros mundos?
N.E. Tsiolkovski , sabiamente, contestó a este tipo de preguntas antes de morir. Sus palabras, grabadas sobre su tumba a modo de epitafio, pueden darnos la respuesta:
«El hombre no permanecerá siempre en la Tierra, la búsqueda de la luz y el espacio lo llevará a penetrar los límites de la atmósfera, tímidamente al principio, pero al final para conquistar la totalidad del espacio solar»