Muchas personas hay deseosas de encontrar un lugar para instalar una nueva sucursal del Museo del Ermitage en Madrid. Durante los últimos días he leído numerosos artículos de la prensa española sobre ello. Hay razones que llevan a políticos a rechazar la propuesta y razones que llevan a otros políticos a desear instalar en Madrid una sucursal de este Museo. Se hablan de posibles ubicaciones, reuniones entre representantes de Madrid y el Embajador de Rusia… en fin, el nombre del Ermitage ha sido muchas veces escrito a lo largo de estos días en nuestra prensa. Supongo que todos tenemos el pequeño lío a la hora de escribir su nombre; » Ermitage» o «Hermitage». No soy experta en ortografía y mucho menos en como debemos escribir en español los nombres extranjeros aunque, creo conocer el origen de esta confusión ortográfica. El Zar Pedro I impuso en la Corte Rusa el uso del idioma francés en detrimento del idioma ruso. Cuando la colección imperial empezó a tomar importancia fue Catalina II quien decidió llamarla de alguna manera. Supongo que de manera irónica y en perfecto francés empleó la palabra «Ermitage». Su significado , ermita, en si mismo es pura ironía porque la colección expuesta en el Gran Palacio de Invierno, desde su inauguración está muy lejos de parecer un pequeño y austero edificio dedicado a dar cobijo a un ermitaño en su retiro espiritual. Aunque Catalina no era rusa, fue muy famosa por comprender y adoptar las costumbres rusas a su carácter y una de esas costumbres es un gran sentido del humor basado en la ironía. Catalina, una gran amante del arte, además era una mujer muy culta y ¡sabía latín!. No utilizo la frase en el sentido figurado de ser persona de grandes conocimientos, que bien se podría aplicar a la Emperatriz de Rusia en muchos aspectos, sino a que conocía varios idiomas entre ellos el griego y el latín, idioma del que deriva entre otros el francés que se hablaba en la corte rusa. No se si era ella o mas bien los demás los que jugaban a las palabras con la palabra ermitage de origen latino y otra palabrita de origen griego «herma».
La palabra «herma» se refiere a un conjunto escultórico tradicional de la Antigua Grecia. Un pilar cuadrado o rectangular de piedra, el estípite, sobre el que se colocaba un busto. Su nombre deriva del Dios Hermes , puesto que en un principio esta forma de representación era exclusiva para él. Normalmente Hermes aparecía con barba como signo de fuerza física, y la base se adornaba con un falo en erección, símbolo de masculinidad y de disposición a las armas. En 1787, la zarina compra una valiosa colección de esculturas al que era por entonces Director del Banco de Inglaterra, John Lyde Brown, entre las 300 piezas había obras griegas y romanas de gran valor y es de suponer que entre ellas viajara alguna representación de Hermes.
Supongo que los enemigos y críticos de Catalina, entre otras cosas, por gastar tantísimos rublos en obras de arte extranjeras y jugando con el significado de las palabras, sumaban así todas las habladurías y rumores que había sobre la atracción de la zarina hacia los atributos sexuales masculinos dando con ello mucho sentido a la broma en la tradicional ironía rusa.
A nosotros, a nuestro idioma; obras literarias, nombres propios y geográficos, en fin prácticamente todo lo que viene del idioma ruso no ha llegado traducido de manera directa al español. El ruso primero se ha traducido a otros idiomas, normalmente francés, inglés o alemán. Y desde estos idiomas al español. No es hasta los años 50 del siglo XX cuando empiezan a llegar traducciones de la literatura clásica rusa directa al español. Y aquí tenemos la confusión ortográfica.
Si los textos traducidos sobre el Ermitage provenían del francés, el autor transcribía directamente sin «H», al reconocer el origen de la palabra francesa. Igualmente si la traducción se hace de manera directa desde el ruso. En caso de pasar por traducción inglesa los textos se escriben con «H». Desconozco si por razones fonéticas o por «crítica» hacía la poderosa Emperatriz en inglés, al no reconocer la palabra de origen francés, se añade una «H» a la palabra rusa Эрмитаж ( Ermitash). Yo siempre he escrito a la manera francesa el nombre del museo, es decir sin «H» pero desconozco si la Real Academia de la Lengua dice algo sobre la ortografía correcta de este nombre extranjero.
Además de la ortografía hoy me gustaría resaltar la importancia de las relaciones entre países y a que debemos el nacimiento y las influencias culturales entre Rusia y España. La cultura española causó un gran impacto en Rusia desde el principio de las relaciones diplomáticas. Probablemente en sus inicios más por las impresiones de la delegación rusa en España que por la delegación española en Rusia. Con anterioridad al nacimiento del Museo del Ermitage, incluso con anterioridad a la fundación de la ciudad donde está ubicado, San Petersburgo había nacido ya la admiración y el cariño de la nobleza rusa hacia la cultura española. Demostrado por anécdotas o intercambios de viajeros ilustres que poco a poco iremos desgranando en este blog. Hoy solo adelantaré que posiblemente una de las lecturas preferidas del Zar Pedro I, fundador de la ciudad de San Petersburgo fue una novela protagonizada por un caballero andante llamado Alonso Quijano que acompañado por su fiel amigo Sancho se pelean en tierras manchegas con molinos de viento pensando que son gigantes.
El zar Alexis I ( Alékséi Mijáilovich Románov) envió a España a uno de sus notables como Embajador de todas las Rusias, eran los últimos años de nuestro Felipe IV. Los servicios de este hombre fueron necesarios en otros países, aunque una vez solucionados los problemas para los que se le había requerido regresó a España reinando ya Carlos II. El impacto causado en nuestro país por la llegada del «exótico ruso» ferviente seguidor de la la moda moscovita de la época no pasó desapercibido para la nobleza española que quedó reflejado en relatos y crónicas de la época. Tanto es así que tengo entendido que sólo el retrato de un embajador extranjero tiene el honor de colgar en el Museo del Prado. Largos abrigos, ricas sedas bordadas, incrustaciones de piedras preciosas de gran tamaño, ribetes de suave piel de marta cibelina y la profunda mirada del embajador ruso Piótr Ivánovich Potemkim fueron reflejados magistralmente por uno de los pintores españoles de la época, Juan Carreño de Miranda.
Al abrigo de estas iniciales relaciones diplomáticas comienza un flujo bilateral en el mundo de las artes. Descripciones de paisajes y gentes, comidas, costumbres, música….. son protagonistas de las cartas que el diplomático enviaba a su país. Los escritos debían ser tan bellos y apasionados que causaron una gran curiosidad y despertaron el deseo por conocer nuestra cultura más profundamente y a partir de ese momento muchos nobles y artistas rusos alargarían sus viajes a Francia visitando España. No es de extrañar que Carreño sea uno de los representantes españoles en el famoso museo peterburgués y que Madrid tenga sus rincones en la hermosa ciudad del Neva.
Por primera vez en este blog no voy a ser yo quien cumpla el cometido de presentaros estos rincones, hoy cedo la palabra o mejor dicho la pluma a otra persona para que nos informe a todos nosotros sobre ese trocito de Madrid que podemos ver en nuestra visita por El Museo Ermitage .
Continua en Madrid y los pintores madrileños en el Museo de L’Hermitage de San Petersburgo