Quien le iba a decir a Modesto Ilich Chaikovski cuando incluyó esta frase en el libreto de la ópera compuesta por su famoso hermano Piotr , que tales palabras se convertirían en motivo de bromas o cabecera de concursos televisivos. Recurso lingüístico habitual en muchas de las conversaciones sobre la vida y el destino que tanto gustan a los rusos en las cocinas de las casas ante una reconfortante taza de te. Palabras que hoy llegaron a mi mente al intentar poner orden en un viejo cajón. Al fondo, burlando al destino, encontré algunos tesoros de la infancia; las imágenes de una vieja baraja y el aroma de un frasquito de perfume a medio llenar abrieron la puerta de los recuerdos…
El trabajo de los dos hermanos, inspirado en la novela homónima de A.S.Pushkin, narra las aventuras de un hombre que cegado por la codicia y atrapado en el mundo del juego, rompe las reglas morales. El castigo del destino en este caso llega en forma de carta. El protagonista de la ópera, Herman, se despide con esta frase antes de suicidarse en «La dama de Picas». Nació así uno de los arquetipos de la literatura rusa del siglo XIX, el jugador.
Desde su creación la ópera se convirtió en una de las obras más representadas del país, y la novela en una de las más leídas por todas las generaciones de rusos hasta ahora. La carta que arruinó el destino del joven Herman pasó a formar parte de la vida cotidiana y dio nombre a uno de los aromas preferidos de las mujeres de la época soviética en forma de embriagador perfume.
En su envase, de manera simbólica, llevaba tallado sobre cada cara del prisma de cristal la secuencia de cartas ganadora; 3,7, as . En el cuarto lado la persistente figura que marcaba el destino. No necesitaba etiqueta. La obra de Pushkin había calado tanto en la sociedad que todo el mundo suponía el nombre sin necesidad de leerlo sobre el envase.

En tiempos de Pushkin, la baraja rusa o mejor dicho la baraja de estilo ruso era realmente una baraja francesa. Sí, la de póker. Durante el siglo XIX, la afición a los juegos de cartas estaba muy extendida no solo por Rusia, en todos los países era entretenimiento habitual y mezclado con el dinero y las apuestas el nacimiento de muchas fortunas y el origen de grandes desgracias. En 1878, con motivo del centenario del reinado de Catalina La Grande se diseñó una baraja «rusa» muy especial que además de lúdico tenía un sentido didáctico. En ella se representaba la heráldica y geografía del Imperio Ruso durante el reinado de la zarina y la nueva organización territorial que ella impuso en tan enorme país.
Los 4 palos de la baraja francesa, corazones, picas, diamantes y tréboles se mezclaron con escudos, regiones, ciudades y etnias del país. Las 52 cartas no resultaron ser suficientes para tan vasto imperio. Más tarde se añadieron a la baraja 8 cartas más con las que se representaron territorios ganados durante los 100 años posteriores.
Estas cartas representan los territorios de Polonia, Georgia, Omsk y Finlandia. Cada carta representaba un óblast (región), los tréboles agrupaban a los óblast de la Rusia Blanca o Bielorrusia (la J es Minks, la Q es Moguilev, la K es Vitebsk), las picas a las regiones de Ucrania, por entonces conocida como la pequeña Rusia, (la J es Stavropol, la Q es Astrakany la K Saratov).
Corazones y diamantes representaban a la Gran Rusia , la J es Volodga, la Q es Petrozavosk y la K San Petersburgo. La J de diamantes es Kazán, la Q Simbirsk y la K es Moscú.

¡Vamos que estos rusos utilizaban el tiempo ya de manera doble! A la vez que se jugaba al «Preferáns» se asistía a una clase de geografía. Imagino que la clase debía ser compleja con tanto nombre, y tanto de todo.
Para las celebraciones del 300º aniversario de la entronización de la dinastía Románov en 1913, repitieron el concepto de utilizar las cartas con fines didácticos. Se editó una nueva baraja pero esta vez la asignatura a reforzar sería la historia y no la geografía.
Las celebraciones del centenario comenzaron el 11 de febrero de 1903, el Zar Nikolái Aleksándrovich Románov (Nicolás II), inauguraba la cena. Después asistieron a espectáculos únicos preparados especialmente para ellos. La ópera de Modesto Musorgsky; Boris Godunov, y el ballet El lago de los cisnes, de Tchaikovski, con los dos grandes mitos del Ballet Imperial Ruso, el coréografo Marius Petipa y la bailarina Anna Pavlova. Sería el baile celebrado al día siguiente el que pasaría a la historia por fastuoso y original. Se había pedido a todos los invitados acudir vestidos con trajes inspirados en el siglo XVII, época de los primeros Románov.
El pintor Sergey Sergeyevich Solomko formado en la Escuela de Pintura, Escultura y Arquitectura de Moscú y en la Academia Imperial de las Artes se había convertido en un prestigioso ilustrador. Sus acuarelas viajaron por todo el país en forma de postales, carteles, decorados teatrales, ilustraciones de obras literarias y de recopilaciones de cuentos tradicionales. Trabajó para la Fábrica Imperial de Porcelana y la Casa Fabergé. Alabado por los historiadores por la fidelidad de sus diseños de tiempos y personajes antiguos fue el elegido para diseñar los trajes del fastuoso baile.
Aquella noche, cuando aparecieron los 390 invitados debió parecer que el Gran Salón de baile había viajado en el tiempo. Telas brocadas bordadas con oro, plata, perlas y piedras preciosas. Joyas antiguas rescatadas de los joyeros imperiales. Hombres con las cabezas cubiertas de gorros de piel y vestidos con largos caftanes como si fueran antiguos boyardos o uniformados como viejos cetreros y militares. Mujeres ataviadas con sarafanes bordados y las cabezas cubiertas por llamativas coronas y pesados «Kokoshniki» (tocados). Extravagentes y elegantes diseños rescatados de la antigua tradición embellecían a las Damas y Caballeros allí reunidos. Hasta los músicos vestían según la tradicional moda rusa del siglo XVII, vilipendiada por el zar Pedro I. Coreógrafos del Ballet Imperial Ruso rescataron pasos de baile de antiguas danzas para que aquellos trajes lucieran en todo su esplendor.
El Zar Nicolás II, gran amante del recién nacido arte de la fotografía, ordenó retratar a todos los invitados. Fotos de grupo, individuales o por parejas llenaron más tarde un albúm que sirvió para recaudar fondos para la campaña contra Japón en 1905. También gracias a estas fotografías que se conservan junto a alguno de los trajes, hoy podemos disfrutar de estos diseños tan sorprendentes si paseamos por los museos de San Petersburgo.

Con este baile se pretendía afirmar la firmeza del Imperio. Una demostración al mundo de riqueza y poder, algo que estaba empezando a ser cuestionado sobre todo desde el punto de vista político. Nicolás II abrió el baile vestido como el antiguo zar Alexis Mijailovich, hijo del primer Románov. Su esposa, María Fiódorovna Románova , completaba la imagen al ir vestida igualque la esposa del antiguo zar, María Miloslavskaya. Lucía un primoroso caftán dorado en el que resaltaban esmeraldas de gran tamaño, sobre su cabeza una espectacular corona de brillantes. Completaba el atuendo una esmeralda gigante decorando el pecho de la Zarina. Todas las joyas se engarzaron para la emperatriz por el joyero de la corte Carl Fabergé. Según los precios actuales, el modelo imperial habría tenido un coste mínimo de 10 millones de euros.
Fotografías y trajes que sirvieron de inspiración a la peculiar baraja editada pocos años después. Entre ellas la sota de tréboles vestida como un arquero copiaba el traje del hermano del zar, El gran príncipe Mijail Alexandrovich no podía imaginar en esos momentos cuanto iba a cambiar el destino de Rusia, alejado ya por los 5 hijos de su hermano de la sucesión a la corona, él fue realmente el último zar de Rusia aunque la corona le duró un solo día. Su hermano en una discreta ceremonia, abdicó en su hijo, y en nombre del pequeño Alexei Nikolaevich posteriormente en el Gran Duque Mijail Aleksándrovich, a las pocas horas de admitir el cargo fue detenido. Su destino sospechosamente trágico permanece siendo algo incierto. Su esposa la Gran Princesa Isabel Fedorovna se convirtió en la dama de tréboles en la regia baraja. La hermana del zar, la Gran Princesa Xenia Alexandrovna, representaba a la dama de diamantes y su esposo el Gran Príncipe Andrey Vladimirovich vestido de cetrero ilustraba la sota de diamantes.
El gran príncipe Alexander Mijáilovich escribía en su diario esa noche: «Xenia llevaba un vestido de boyarda suntuosamente decorado con joyas que le iba muy bien… Yo llevaba un traje de cetrero compuesto por un caftán blanco y dorado, decorado en el pecho y en la espalda por águilas doradas, una camisa de seda rosa, una bombacha azul y unas botas de tafilete amarillas».
Me ha parecido ver estos kokoshniki y trajes recientemente en una película. O bien, algún Iván Ivánovich enseñó a George Lucas a jugar al «durak » (juego de cartas ruso, cuyo nombre puede traducirse como «El tonto») con la peculiar baraja, o bien, el director americano se paseó por el Petersburgo Imperial antes de imaginar el vestuario de la Guerra de las Galaxias
